¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?

¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?
Colombia herida

sábado, 3 de julio de 2010

Pienso que tenemos todo por pensar. Para empezar de nuevo.

Debo decir que el texto que subí a “Calma, quietud y tribulación”, con el título inventado de última hora “Dolor profundo, vómito de rabia, Patria Maldita”, no fue un ataque verborrágico motivado por la aplastante victoria de Santos sobre Mockus el 20 de junio. En realidad, lo único que agregué fue el título y el último párrafo. El resto fueron pequeñas regurgitaciones regadas en diversos momentos de desespero, reacciones a esas pequeñas historias personales y patrias que se vuelven fácilmente rabia y dolor. Al final, fue un texto armado como Frankenstein de distintos comienzos inconclusos que abandonaba hastiado de hastiarme. Y la verdad, no pensaba publicarlo. Hay muchos textos que reposan en un estado de limbo ahí, escritos, en hibernación. Pero ese día sentí un dolor tan profundo, una nausea tan asquerosa y odié tanto lo que pasa en Colombia que decidí evidenciar ese malestar acumulado y reflejado en esas pequeñas cuotas por tanto tiempo. Y obviamente es un malestar que persiste ante la impotencia de acciones inertes ante males inmensos.

Las elecciones exacerbaron sentimientos que venían en ebullición. Sabía que las elecciones se perdían, eso lo tenía claro, y quizás alcancé a intuir, sin dejarlo traslucir, que sería catastrófico, aunque quería que fuese distinto. Y comprendí que las elecciones sólo fueron la evidencia que mostró cómo está construida la “democracia” en Colombia. No importa si hubo fraude o no. No importa si fueron 9 millones de votos por Santos por 9 millones de tamales repartidos. Eso es lo de menos.

El problema es que la estructura social en Colombia, que para mí es a todas luces injusta, desequilibrada, preferente para los ricos y controlada por los ricos, es inamovible por la vía electoral, y dado el nivel de alienación y conformidad que percibo en toda la sociedad, inamovible por cualquier vía.

Son esperanzadores esos 3 millones y medio de votos para los verdes. Pero es esa esperanza tradicional que le permite a uno entender que en Colombia el deseo de cambio es simplemente minoritario. Bien intencionado, noble y sincero, pero minoritario. La pregunta que ahora me ronda es si vale la pena luchar por una sociedad que no quiera cambiar, que aparentemente está conforme con lo que sucede. Si está bien que uno deje de criticar a una sociedad en la que la gente aprecia su pobreza y admira la riqueza de los ricos. Finalmente, la gente en Colombia es una de las más felices del mundo de acuerdo con un riguroso estudio del Instituto Internacional de Risología y Felicidad Fortuita con un estricto e infalible método de ver qué sociedad se ríe más cuando trasmiten un divertido comercial de Davivienda.

No me voy a arrepentir de mis reacciones viscerales porque considero que no son infundadas. Además no estoy empuñando armas para justificar los muertos de mi ira. Estoy plasmando mi escozor en un escrito, en un papel que sólo llegará a quién quiera verlo, sin más daño que la susceptibilidad de quién no esté de acuerdo. Y esta trinchera no esconde las vísceras, todo lo contrario, las expone y les da sentido.

Colombia me duele, por eso la asumo con una posición crítica y dejando traslucir la rabia que siento al verla en esa franca decadencia en la que cada golpe genera más alegría que tristeza. No entiendo cómo es grato que en un país se piense que hay progreso cuando la pobreza supera el 50%, cuando el desempleo se acerca peligrosamente al 15%, cuando los homicidios en las grandes ciudades siguen en aumento y se van develando enfrentamientos entre bandas de mafiosos al mejor estilo mexicano con masacres a la salida de las discotecas. No entiendo cómo es seguridad democrática que caigan muchachos inocentes en nombre de esa seguridad sólo para dar resultados. No entiendo cómo es aceptado que se entreguen subsidios millonarios a familias multimillonarias que sencillamente no los necesitan mientras no hay dinero para poner en marcha la ley de víctimas de la violencia. Y no entiendo cómo es para alegrarse que la guerrilla esté disminuida, cuando está gobernando en Venezuela como un Gobierno legítimo que puede dar la guerra desde la regularidad de las naciones. Porque la guerrilla en Colombia es un grupo de delincuentes uniformados. Pero en el ámbito internacional está dirigida por un loco disfrazado con boina roja que tiene armas y poder para hacer una fiesta bélica.

Esta posición crítica me ha significado que me califiquen de apátrida, argentino, desagradecido y cobarde. Y lo asumo, con tranquilidad.

Ahora, reconozco que debo ser más serio para asumir una posición no sólo crítica, sino estructurada. Reconozco que esto va más allá de sentarse a decir sandeces viscerales. Reconozco que me falta ser más intelectual y menos activista. Reconozco que soy bueno para lanzar piedras pero no tanto para justificarlas. Pero creo que el camino correcto está en desnudar esas falencias para encontrar un apoyo sincero de este pequeño combo que se está armando alrededor de unas ideas compartidas.

Admiro profundamente a las personas que están dando la pelea allá, de frente al cañón, asumiendo los riesgos, soportando las derrotas con gallardía y asumiendo el día a día de la lucha con sus consecuencias. Yo sólo espero que comprendan que desde la distancia también se programan las luchas. Fidel y Ernesto llegaron a Cuba desde México en un barquito que no era muy estable y desde ahí construyeron una revolución romántica. No sé si ahora conserve su intención, creo que no, pero es admirable cómo se ejecutó con barbudos pobres, pero convencidos.

Ahora soy consciente de que no tengo una propuesta. Si la tuviera, sería sólo una arrogante reacción de lo que creo intuitivamente que debe ser. Y considero que una propuesta no es una reacción arrogante de un pichón de intelectual. Ahora, sólo soy un ciudadano desconcertado por el trauma de una nación que actúa traumatizada. Un ciudadano que se fue de su país para verlo desde afuera sin la certeza de estarlo viendo bien. Por eso es importante para mí la construcción conjunta de visiones de estos 10 quijotes convencidos de un ideal latinoamericano como un modelo para armar con base en principios éticos y con base en un deseo obsesivo por imponer la justicia social.

Este es nuestro pequeño barco virtual que lleva una revolución por aguas turbulentas. Una revolución que por lo menos impacta en la mente de los tripulantes y genera reflexión profunda y sentido de Patria. La travesía no es de días o semanas o meses. La revolución no es un instante, una fecha, una conmemoración. La revolución es una forma de vida. Una forma de vida de posiciones críticas, acciones, deliberación, odios y amores, reacciones, discusiones, partidarios y contradictores.

Ahora, reconozco mis profundas debilidades y mi propuesta es simple. Hacer de este espacio, de esta trinchera un debate de contribución mutua en el saber para la acción. No hay límites temporales precipitados por unas elecciones o una coyuntura especial. Parto de la base de que acá van llegando a este barco personas dispuestas a jugársela con ideas, por ideas para generar acciones. El problema quizás no sea Santos ni lo que representa. Quizás el equivocado sea yo al creer que el sistema es injusto. Pero tengo claro que debo estudiar mi acierto o mi error con criterio, con estructura, con bases serias.

No soy un líder. Soy un gregario de buenas intenciones. Por eso me la jugué por Mockus y me la jugaré por él o por su sucesor en el año 2014. Soy un gregario de buenas acciones. Estoy acá para que me ayuden a nutrir un sentimiento que se llama Patria. No odio a Colombia. La amo. Y porque la amo me duele su dolor, ataco sus desigualdades y me encarnizo con sus hechos. Digo que no me merece porque quiero que me merezca. No porque yo sea un ser superior digno de venias y reverencias. Digo que no me merece porque quiero que Colombia merezca todo lo que quiero para ella: Justicia Social, respeto por la vida humana, Democracia Deliberativa en la que un argumento pese mucho más que una bala.

Amo a mi país porque me dio todo lo que tengo y me hizo todo lo que soy. Y si digo que no me merece es porque quiero verlo a mi lado, y merecerlo y dar hasta la vida misma por su sublimidad hecha Patria. Después de pensar, sólo pido su ayuda para crecer en este camino revolucionario que no es un instante, es una forma de vida a la que entrego mi vida.

2 comentarios:

  1. Andrés, extiendo la trinchera a http://dunkhanblog.blogspot.com
    Tal vez no tenga la elocuencia tuya, pero si las intensiones, indignación e inconformismo de este sistema...

    Aquí seguiremos, y la lucha apenas empieza, saludos desde esta patria que tanto nos duele, pero que tanto nos necesita...

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  2. Viejo Dunkhan, la elocuencia no es tan importante como la voluntad y la estructura que muestra en su pensamiento. Además me encantó lo bien armado del blog, con los vídeos y los textos. Me pareció una trinchera muy bacana, que se complementa con esta. Estaré pasando por allá también. Hay mucha tarea por hacer. Un abrazo.

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